viernes, 20 de junio de 2008

UN POCO DE FILOSOFÍA

1. IMPULSOS ANÍMICOS

La ilusión y el hastío son dos impulsos anímicos del ser humano que pueden ser considerados con toda seguridad como órganos psíquicos de conocimiento. Por una parte, la ilusión es fuerza motriz, porque nos impulsa hacia el objeto que nos atrae, interesa o ilusiona. Pero es fuerza ciega, porque no discierne el valor real del objeto. De hecho, a veces nos ilusionamos por cosas que, luego, con el tiempo, descubrimos de muy poco valor o importancia. Por el otro lado, el hastío también es una fuerza, pero en este caso no motriz sino orientadora, pues nos ayuda a discernir lo vano y lo vacuo frente a aquello que es pleno de sentido.

De niños, hasta el más pequeño detalle de la realidad es motivo de ilusión para nosotros, pero conforme aumenta la experiencia del mundo, nos volvemos más selectos, y elegimos como objetos de ilusión aspectos de la realidad de mayor relevancia para nuestra vida. Sin embargo, una y otra vez el hastío hace que perdamos la ilusión por aquello por lo que antes tanto nos afanábamos. Este proceso es constante: ilusionarse y hastiarse, ilusionarse y hastiarse... Y mientras la ilusión, como fuerza motriz, hace su trabajo (impulsarnos hacia el objeto u objetivo), el hastío, como fuerza orientadora, cumple el suyo (discernir lo vacío de lo pleno).

Este proceso pudiera parecer triste, y de hecho así lo pensamos casi siempre; pero en realidad no lo es. Al contrario, es motivo de alegría, pues es un proceso necesario para el despertar espiritual. El hastío nos hace descubrir la vanidad de toda cosa contingente, y la futilidad de muchos empeños humanos; y de ese modo nos orienta hacia el único objeto de plenificación para el espíritu humano, que no es otro sino la Divinidad.

Ya el poeta Antonio Machado decía: "Todo criatura es triste lloro" en referencia a la inevitable contingencia de todas las cosas particulares existentes. Es un tema clásico del Budismo: puesto que la felicidad que las cosas nos ofrecen es temporal y pasajera, y por lo tanto destinada a acabar, el corazón humano no termina de satisfacerse plenamente nunca, y por ello se ve obligado a practicar la "des-ilusión universal". Esta consiste en comprender que el infinito anhelo de felicidad que tiene el ser humano no puede ser llenado nunca por ninguna entidad contingente (sea cosa, proceso o persona particular), sino tan sólo por una fuente proporcionada a dicho anhelo: una fuente infinita.

Así pues, es importante dejar que "el hastío de las cosas que se agotan" oriente nuestra mirada hacia aquello que es inagotable, hasta comprender que nuestro corazón no ha sido hecho para entretenerse en lo contingente, sino para encontrar lo Infinito. La fruición de la divinidad infinita es el licor que nuestra alma anhela.


2. ¿POR QUÉ HAY ALGO, EN VEZ DE NADA?

Esta es una pregunta que muchos seres humanos nos hemos hecho alguna vez a lo largo de nuestra vida. Quizá en algún momento de esos en los que, de modo natural, nuestra mente está en actitud reflexiva contemplando el universo que nos rodea. Al observar toda esta riqueza de formas y seres, sin juicio de ningún tipo... puede surgir en nuestro interior el deseo de conocer el origen de todo esto... ¿de dónde ha salido todo lo que veo y siento? Y si hacemos un leve esfuerzo por imaginar de golpe, como en bloque, como en una unidad, ese "todo"... puede surgir entonces la gran pregunta, la pregunta primera de toda metafísica posible: ¿Por que hay algo en vez de nada?

Los grandes sistemas metafísicos se han planteado esta pregunta ya desde hace muchos siglos, y todos ellos la han contestado de una u otra manera, con diferencias importantes. Pero todos ellos, a pesar de sus discrepancias, están de acuerdo en un detalle fundamental. (Como se verá a continuación, por ser "fundamental", deja de ser "detalle" y se convierte en "pilar básico").

La primera evidencia que tenemos, gracias a nuestra facultad de percepción, es que existen seres, existen cosas... en definitiva existe "algo". La mayor parte de la gente presupone que este "algo" ha tenido que tener un principio. Por lógica antes de ese momento inicial existiría la nada. Pero (y aquí viene el primer escollo) ¿puede existir "la nada"? Si afirmáramos su existencia entonces admitiríamos que está dotada de ciertas características: primero, que sería "existente"; segundo, que tendría posibilidad de generar de sí misma "algo" (lo que vemos ahora); tercero, que estaría situada en el tiempo, por ser anterior al "algo" que ahora hay... A poco que reflexionemos nos daremos cuenta de que si "la nada" está dotada de características, entonces ya no es "nada". (No olvidemos que "nada" significa eso: "nada-nada, nada-nada"). Así pues, la nada no puede darse, no puede existir. Y de este modo la primera gran conclusión es esta: siempre tiene que haber algo, siempre ha habido algo, y siempre habrá algo. Es decir la sustancia básica del universo es eterna.

De modo que, la primera pregunta de ¿por qué hay algo en vez de nada? se contesta diciendo que es porque la nada no puede existir. Esto es fácil. Pero aquí llega una gran división mundial de las metafísicas: admitamos que la sustancia básica del universo es eterna, pero ¿cuál es su naturaleza?, ¿se trata de una sustancia material, energética, mental o espiritual? En general las diferentes posturas se engloban en dos grupos: (1) aquellos que afirman que la sustancia es materia-energía, y que el universo visible es eterno; y (2) aquellos que afirman que la sustancia que ahora vemos no tiene en sí misma la capacidad de existir, sino que su existencia le viene dada por una sustancia previa de tipo espiritual, sea esta una Mente Cósmica (Hermetismo), Dios (Cristianismo), un Fondo Espiritual Incognoscible (Taoísmo) o la Base Espiritual Impersonal de toda la existencia (Budismo)... por citar algunas de ellas. En este segundo caso dicha sustancia espiritual sería eterna.

Es decir que, en cualquier caso, sea como sea que se considere la sustancia que ahora percibimos: o bien que exista por sí misma, o bien que sea generada por otra de tipo espiritual... lo que es cierto es que la Sustancia Fundamental es eterna. Luego el Ser Eterno existe. Que es a donde queríamos llegar.


3. DIVINIDAD, EMANACIÓN, LIBERTAD Y CAÍDA

[Clave de lectura. Se usan indistintamente los términos: Divinidad, Dios, y EL/ELLA]

La Divinidad emana de sí una infinidad de almas individuales para hacerles partícipes de Su Infinita Vida de Plenitud. Porque la esencia de la Divinidad es darse infinitamente. (Dios es un eterno resplandecer). Y como todo es la Divinidad, las almas individuales también son de sustancia divina. En cada una de ellas la Divinidad se autolimita hasta la individualidad (misterio de la encarnación eterna), para así compartir su Amor-Plenitud. No porque EL/ELLA necesite ese compartir, sino porque voluntariamente la Divinidad quiere ofrecerles una Eterna Felicidad a las almas creadas/emanadas. Ellas sí lo necesitan.

Las almas son creadas libres, para que puedan elegir gozar, o no, en y de la Presencia Divina. Esta no puede concederles obligadamente su Eterna Vida de Plenitud, sino dejar que ellas la elijan voluntariamente. Así Dios les da gratuitamente el Amor-Todo, y ellas lo reciben al completo tan sólo a condición de que así lo quieran y de que lo emanen a su vez a las demás almas. De este modo la comunidad de Amor y Conocimiento es perfecta. Comunidad entre la Divinidad y cada alma, y comunidad de las almas entre sí.

Pero las almas caen de esa su situación originaria. Y caen de modo voluntario. ¿Qué podría hacerles caer si ya lo tienen todo, pues la Presencia Divina es su Máxima Plenitud? No cabe duda de que deben de experimentar la sospecha de que tal vez pudieran tener algo más. Esto ha de ser así, porque ningún alma abandonaría voluntariamente su vida en la Presencia Divina, si tal abandono no supusiera una ganancia, al menos aparentemente (y en el fondo de modo engañoso). Su sospecha debe de ser que el Amor-Todo que reciben de la Divinidad (que es en realidad la única fuente) pueden generarlo por sí mismas, pretendiendo así convertirse, ellas, en el Núcleo Real del Ser, y olvidando que sólo hay un Núcleo Real del Ser: la Infinita Voluntad-Bondad de Dios.

Esta tentadora sospecha, cuando enraíza en el alma, y esta la desea, le lleva al alma a aspirar a una "categoría (aparentemente) superior": dejar de ser una emanación individual, para ser Dios mismo.

Es cierto que el alma es de naturaleza divina, como quedó señalado más arriba, pero por ser emanada es individual, y por lo tanto contingente. No puede, pues, pretender ser Dios y a la vez mantener su individualidad. Esto es ontológicamente imposible, y moralmente un error de máxima soberbia. Podría, en todo caso, ser Divinidad si renunciara absolutamente a su individualidad y "desapareciera" (por decirlo así) completamente, reintegrándose en el Todo, tal como afirma el Panteísmo (caso de la gota de agua que se diluye en el océano). Aunque de este modo, al desaparecer, no sería cierto eso de que "ella se ha hecho Dios", pues ya no habría ninguna "ella". Sólo cabría decir "Dios sigue siendo Dios".

Hay una segunda sospecha que tienta a las almas. Estas suponen también que ese Amor-Luz que viene de la Divinidad, y que ellas, según su primera sospecha, podrían auto-generar, sería mejor no compartirlo, sino guardárselo para sí mismas, y así, de alguna manera, "no malgastarlo". Este es un error de egoísmo, que supone en el alma la tendencia a disfrutar ella sola de dicha Plenitud. Pensar que la "felicidad" es una cosa de "para mí solo".

Cuando el alma, tras estas sospechas tentadoras, pretende convertirse en Dios mismo sin abandonar su individualidad, genera automáticamente un rechazo de la Divinidad, considerando que no la necesita. En esta situación el alma desea, espera y supone poder ser la Fuente de todo Poder y Luz. Y de este modo se separa voluntariamente y sin remedio de Dios mismo y de la común unión con las demás almas. Y cae. Porque esa separación es la caída.

Su error de soberbia ("yo lo puedo hacer todo") y de egoísmo ("todo sólo para mí") la alejan de la Divinidad, perdiendo las dos fuentes previas de Infinita Felicidad: el Amor Divino y su común unión sin error con las demás almas. Así el alma cae hacia la tiniebla y la soledad espirituales como consecuencia inmediata, inevitable e inherente de la soberbia y del egoísmo. Así el rechazo de la Divinidad es la caída misma del alma.